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18 1\lJilNVJill\"TDO Dlll lllSTELT,A Así se expresaban los que la compadecían. Fuí a veila cuando estaba próxima a dar a luz y le dije: ¿Qué tal, Tepihe, (era así su nombre) ¿estás muy asustada? !na te Metua. Nada padrecito, me encuentro bien! Su postura era la rrrisma de la paciente anterior, sólo que no tenía hombre que la ayudara por ser soltera; una amiga la acompañaba y la atendía. Por fin, salió de sus apuros con toda felicidad y admiración de los de su raza que temían un desastroso desenlace; dió a luz un hermoso hijo, quedando buena y sana, y llena de ale– gría, a pesar de su natural rubor. En el mismo día bauticé a la criatura recién nacida y la madre se presentó, tras el niño, a recib..r la bendlc1ón de esti– lo en la iglesia. 5). El regalo más estimado. Se observa entre los kanakas, tanto en hombres como en mujeres, que no son dominados por las pasiones con las ener– gías y perseverancias que acostumbran los civilizados. Y así, si el odio no se echa de ver entre ellos, el amor tampoco es tan apasionado que les haga sufrir los delirios de la contra– riedad. Sí, que son en gran manera piadosos y generosos con todos en general, y hospitalarios hasta con los extranjeros Entre los mismos niños se nota este carácter especial. Cuando yo daba dulces o pasteles a los niños o niñas, como paga de un ·serVJClO, etc., con la mayor naturalidad repartían los dulces entre los demás mños ahí presentes; teniendo en cuenta que al dar a uno y a otro, ninguno hacía de pedigüeño, ni mostra– ban envidia los que nada participaban. Entre los grande~. también se reparten sus regalos y ha– cen participantes a los presentes hasta del bocado que tienen
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