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OCHO M.EISES EN'.rRE LOS PASOUI!lNSES 175 -¡Hola! exclamé yo, ¡a Poike, que está tan lejos, por lo me– nos tres leguas! - Sí, todos hemos pensado así, porque es lugar muy lindo, según dicen los hombres, y casi todas las mujeres no conoce– mos ese paraje. - ¡Cómo! agregué extrañado, ¿no conocen todavía toda la Isla? -¿Le extraña a usted eso? Aquí hemos vivido como es– clavos, conocemos poco la Isla, temen que les vayamos a espan– tar los animales que pastan por la I sla, o que se los vayamos a robar, y no nos petmiten salir de Han-ngaroa. - Está bien; entonces, a los preparativos para ir a Poikc. ¿Para qué comentarios? ... Si, pues, para andar por la Isla tienen grandes inconvenien– tes, y para pescar lo mismo, ¿qué será para tener animales? ¿Adónde los echan pata el pastoreo, si los pudieran tener? ¿Por qué, me diréis, no le$ es permitido tenerlos? Un hecho con una pequeña digresión. Es el administrador de la Sociedad quien habla. - Padre, los pascuen-ses no quieren trabajar para m\, por– que dicen que les pague más, pues usted les ha subido el suel– do. - ¿Qué sueldo les da usted? pregunté yo. - 60 centavos por día, me contestó. - Pero además bs da carne, aeregué. - Sí, pero poca y no todos los días, me contesta. - Pues bien, como yo no tengo animale$ para darles carne les pago 20 centavos más, o sean 80 centavos por día, y estoy convencido de que se los ganan bien. - Y, a propósito, señor administrador, permítame que le haga alguna ob<>ervación en lo referente al trato con los pas– cuenses. ¿Por qué no tienen animales, pero animales que sean propios, como algunos corderos, algunas vacas, etc., etc.? ¿Por– qué no se les permite?

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