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174 BlENV.ElNIDO DE IllSTJ!lLLA ce que los han estudiado poco y no los han aprendido bien. Es sabido que anteriormente, cuando estaban más libres y disporúan de la Isla, la tenían toda arbolada y cuajada de plan– taciones. Opino que los fiojos no hacen eso. Si ahora no tienen la Isla cvmo antes, es más sabido todavía que no tienen ellos la culpa, están deprimidos por gentes extrañas que, en lugar de ayudarles y animarles, les ponen trabas. Además, y esto es lo que clama al cielo, están en su Isla como en casa ajena o pem. Me explicaré con casos pres¿nciados. Seis mujeres se disponían para dar un paseo, o mejor, ha– ~er una vi.:;íta, allu~;ar llamado Anakena, donde todas esas ~eis pascuenses ti ~nen atitiguos recuerdos de familia: es un acto de piedad que van a practicar. -Padre, me dicen el día antes de. salir, mañana no vendre . mos a trabajar, nos vamos a una diligencia a Anak~na. - Muy bien, les dije, Dio.:; os bendiga. - Pero queremos que usted intervenga por nosotras para que la autoridad no se oponga. -Me extraña que habléis así, les repliqué, yo sé que la au– toridad no traía de negaros esta y otras cosas justas. - Por lo menos <;in consentimiento del administrador de la Sociedad, nopodemossalirdebstérminr·s de Han-ngaroa; así ha sido siempre, ni los pescadores sin ese permiso pueden pes– car fuera de los términod de Han-ngaroa .. . ¿No es esto depresivo? ¿Será extraño que los pascuenses estén despechados y se echen como suele decirse, al surco? A cualquiera le sucedería así, y el civilizado aún haría más. Otra confesión, y con dolor. En la fiesta del Dieciocho, entraba en el programa un día de campo para todos los pascuenses. ¿Dónde queréis ir a comer el «umu» (almuerzo»)? pregunté días a:J.tes a al~unos pascuenses; y varias mujeres, ya de ~dacl avanzada, me dicen con prontitud: A «Poike».
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