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Slll nACE JUSTICIA 165 señor Merlet con él; pero quedó más satisfecho con la justicia de los pascuenses, que se cobraron lo suyo, que amargado por el dígusto de Merlet. En fin, la Baquedano volvió al continente, llevando a Merlet para nunca más volver a la Isla; ya es muerto. ¡Que Dios le ha- ya perdonado .... . . ! El Subdelegado chileno hizo íntimas amistades con el admi– nistrador de la sociedad; ambos se entendían muy bien y los kanakas no estaban del todo descontentos. Los más piad0'5os eran algo más exigentes: esperaban que la autoridad fuera má-> moral y más ejemplar; pero los más disimulaban, porque veían en la autoridad chilena menos tiranía que en las anteriores y el administrador de la 30Ci~dad más benigno. EstonotóelseñorObispoEdwards, vicariocasttense del Ejér– cito y de laAtmada, quien hizo un viaje a la Isla para viditar a los pascuenses en el año 1916. Como el señor Obispo viera que la autoridad no llemna el deber sagrado de enseñar lamo– ralidad a los sencillos pascuenses, creyó oportuno pedir al Go– bierno un re.:mplazo por otra autoridad más moral y fué aten– dido su deseo justo. Al siguiente año volvió a la Isla el señor Obispo Edwards en compañía de dos religiososCapuchinos, el Padre Bienvenido de Estella y el Hermano ModestJ de Adios, llevando para subde– legado a un ex-jefe del policía, señor Acuña, quien, en realidad,· ha sabido inculcar la moralidad a los pascuenses, con palabras y ejemplos. Desde luego, completamente contentos no quedarán nunca los pascuenses, pues es difícil hallar un hombre de c~mpleto desintcré5 y muy caritativo para sacrifkarse hasta el extremo de renunciar a la vida de wciedad para ir a la Isla a hacer pu– ramente el bien a los desgraciados pascucnses ... Eso lo harán los ministros de Dio5 y aún nó todos. Es lo que desean los pas– cuenses. Un misionero que los acompañe siempre. ¿Lo conse– guirán? Mientias tanto, ellos confían y esp~ran.

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