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156 Bl.IDNVENIDO DE ESTillLLA pues le abrió la frente sobre la ceja, herida que le duró más de un mes y tiene aún la cicatriz, bien grande. Dados los azotes, le dice Mr. Ed.muns al joven. -«Ya no hay más pelea, hagamos paces; cuando venga la Baquedano, tú no reclames, porque yo tampoco reclamaré». -«Está bien», dice el joven Riroroko. Al año llegó la Baquedano y no hicieron reclamo ni Mr. Edmuns ni Riroroko. Los pascuenses hicieron sus reclamos, pero no se les hizo caso, porque 1 uan Tepano, que era em– pleado de Mataveri, y .>abía hablar castellano, dijo al señor comandante que Mr. Edmuns se portaba bien y que la gente no tenía reclamo. En vista de esto, el señor comandante nom– bró subdelegado a Mr. Edmuns. Al otro -viaje de la Baquedano llegó el señor Zócimo, provi– cario castrense y permaneció quince días. Venía con él un capitán retirado que traía la misión de instalar el obs~rva­ torio. Este capitán, Carlos Martín, atendió a los kanakas en vista de que el comandante no lo hizo y quitó de jefe de poli– cía a Juan Tepano, porque éste f<tvorecía a la sociedad en contra de los kanakas. En esta ocasión se devolvieron a los kanakas cuarenta de sus caballos robados. El señor provicmio castrense, don Zósimo, volvió al con– tinente y quedó en la Isla el capitán don Carlos Martín. A su tiempo, o después de año y medio, volvió otra vez la goleta General Baquedano, cuyo comandante era el señor Es– cobar. Mr. Edmuns creyó hallar gracia ante este comandante, y después que ya habían pasado cuatro años desde que el ka– naka Riroroko le pegó en propia defensa, lo acu.5ó y suplicó lo llevara al continente. El señor comandante llamó al joven de la pelea a declarar, quien, al saber que Mr. Edmuns lo delató, faltando al compromiso de no acusarse mutuamente, se defendió, diciendo la verdad. El señor Escobar le ·dió la

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