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112 Bll!lNVIilNIDO DE lllSTJilLLA Se dió instrucción a los leprosos y se les confesó A1 mismo tiempo el Doctor don Jerónimo Longo examinaba minuciosamente a los enfermos. Cuatro o cinco resultaron cier– tamente leprosos, tres o cuatro eran dudosos, y algunos pare– cía indudable que no tenían rastros de tal enfermedad. Entre éstos se encontraba el pobre Gabriel Maherena, un excelente anciano, que, te! ~gado a la leprosería, había tenicl'J la precaución de c.onscruit su cabaña bien apartada de las de los otros leprosos. Un hermoso espectáculo fué el de la comunión de los pobres enfermos. Bien de mañana salimos en :aravana de:;de Anga-Roa. Abría la marcha Juan Tepano, ~guían cuatro indígenas y detlás íbamos el Hermanito Modesto y yo. Todos llevaban so– bre los caballos cajas y bolsas de ropa y ottos objetos para ob– sequiar a los enfermos. Pusimos el altarsobr~ una toca a cuyos lados se elevaban her– mosos plátanos; los leprosos se colocaron delante.del altar a unos diez metros de distancia; todos con las ropas nu=vas que les habíamos dado el día anterior; durante la misa ellos canta– ban y rezaban en voz alta himnos y oraciones en leno.ua indí– gena. Llegado el momento de la comunión les dirigí unas cuan– tas palabras y en seguida me acerqué para darles el divino Ali– mento que ellos no recibían hacía mur.hos año') o ro habían recibido nunca; todos estaban admirablemente devotos y re– cogidos, desde el pequeño JcséAtamu, de 9 años, hasta el viejo Uentoru, que no había podido salir de su cabaña. Y~ co3a digna de notarse, todos tuvie10n especial cuidado de no tocar mis de– dos U)n sus labios contagiadoa, sin que nadie se los hubiera ad– vertido. Después de la misa, tomé los hábitos pontificales y adminis– tré la Confirmación a cin·.::o de los leprosos que no la habían re– cibido. No bien habíamos terminado nuestra tarea, se descargó so-
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