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OONSIOlilRAOIONJllS lilXPUillSTAS 109 Hablamos con ellos, Jos exhortamos a la resignación y les prometí volver para administrarles los sacramentos. La segunda visita a la leprosería la hice en c0mpañía del Doctor don Daniel Feliú. Debo rendir al médico y al amigo el homenaje de mi reconocimiento y de mi admiración. Con ejemplar abnegación profesional, el Doctor Feliú estuvo ob– servando en los enfermos, estudiando el mal que los aqueja– ba y aliviándolos siquiera momentáneamente con la curación de sus llagas purulentas. ¡Cuán hermosa aparece la nobilísima misión del médico, cuando dedica sus desvelos, con peligro de la salud y de la vi– a, a gent~ desconocida y abandonada! Es la leprosería de Pascua lo más inmundo y a.3queroso que se puede imaginar. Dos ranchos bajos y os::uros, en que se hallan amontonados trece infelices atacados por la más terrible enfermedad y que no tienen quien les diga siqui~ra una palabra de consuelo! Carecen estas chozas de los elementru más indi:>pensa– bles para la vid.a, y hay dentro de ellas una atmósfera abso– lutamente irrespirable qu~ provoca a náuseas. No hay para los leprosos camas, ni ropas, ni útiles de aseo, ni alimentos, ni remedios de ninguna especie Revueltos en esos dos ranchos hombres y mujeres, jóv·~nes y ancianos, Jeproso.s que parecen no serlo y cadáveres ambu– lantes, brutalmente mutilados ... es un espectáculo cuyo ho– rror crispa los nervios y hace estallar juntos los sollozos del dolor y los acentos de la indignación dentro del pecho. A tientas, entre una nub~ de mosquitos, turbado por el ma– reo que me producían los miasmas pútridos que envenenaban la atmósfera, y por la oscuridad, entré al rancho miserable de lo:> leprosos para visitar a uno de ellos que estaba, desde hacía siete meses, convertido en una llaga que lo abrazaba de la cabeza a los pies, inmóvil, tendido sobre las pajas y las inmundicias. ¡Con qué fervor brotaba momentos después la

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