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i02 BlEJNVENIDO DE lilSTElLLA ti; Espíritu S:mto, Varua Mait.ai; pecado, h-::~.ra; vida, ora; muerte, pohe y ciento o doscientas palabras más. Pero no fué mi aprendizaje tan pecfecto, que no confun– diera más de una vez algún término; así, queriendo explicar– les el gran mérito de la contrición perfecta sobre la sim– ple atrición; les dije que tatarahapa ru era muy superior a tatarahaPo rahi y que no se debían cont::nt:n- con sólo este último ... desgraciadamente en todo lo contracio; rahi sig– nifica grande y ru pequeño. El inteligente y bondados9 Juan Aaki m~ llamó después pnvad3. y .cespetuosamente la atención sobre mi error y pude .-ectifi.carme al día sigui-ente. Por esos días comencé a confesar en taitiano y deb~n h 1- ber sido muy rápidos mis progr¿sos lingüísticos, porque Jmm T~pano me dijo: «Señor Eoikol;)ó, andan d•ciendo que vleoc de Tahiti y yo l=s he dicho que nó, qu~ viene de Chile». Nuestcas exolicaciones 1ban ya por un camino llano y sin tropi~zos, sólo las interrumpí<;~mos par 3 rt>partir las ropas y demás útiles que ll~ vábdlll.OS para la ger,t.;. Todo Jo recibíar con al ~gría y gratitud; pero el jabón en su principal cl2mor: es un espectáculo curioso el de un pue– blo entero que pide a gritos una barra de jabón. Otras interrupciones nos trajeron la3 lluvias. De repent= el viento arrastraba del Norte o del Sur, del Este o del Oeste, nubes negras que dejaban caer sobre la I sla un violento chu– basco de corta duración. Pero, como la pobre iglesia tiene su techo todo desp.:dazacto, el agua corría a torrentes sobre el piso, sobre la gente y sobre el altar. Aparecía el sol y un momento después quedaban secas las piecl.ras de la plaza, pero nó el piso de la igle;:;ia, y mis po– bres pascuenses tiritaban de frío dentro de ella. Salíamos entonces al sol, nos s:>ntábamos sobre las piedras y allí continuábamos las explicaciones y los rezos. E1a este un eBpectáculo de una encantadora sencillez, dos-

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