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: 100 BIJllNVENlDO DE ESTELLA J unto con la alegri~ que estas buenas disposiciones iban despertando en mi alma, la tristez::t golpe3.ba a la puert :t de mi corazón con la vista de la pobreza, de la atroz miseria pintadc:1 en los trajes harapientos y en los rostroa demacrados. Llegamos a la igles1a. Estaba limpia, pero con sus paredes desnudas, su altar desmamelado y su techo roto en mil partes. Rezamos alg1.1nas oracior.es, les dirigí unas Cüantas pah– bras, los invité para la Misa del día siguiente (pues aún no teníamos en tierra todo lo nece~ario para celebrarla) y les di la bendición. Los niños y los grandes se agruparon a nuestro alrededor y, cantando y conversando, nos fuimos hasta Mataveri, don– de antes estuvo el pueblo y donde ahora sólo queda la casa del concesionario de la Isla; desde elld nos trasladamos a vi– vir poco d~spués a unas piezas desmanteladas, abiertas al viento y a la lluvia en el fondo de la capilla y en el centro del pueblo de Anga-Roa, donde han sido obligados a habitar to– dos los naturales. Allí pas -unos cerca de un mes en íntimo contacto con ellos. El día sigu1ente al de nuestro desembarco comenz:1mos la m lSÍÓn. Desde las 6 y media d~ h mañana hasta las 12 y desde la 1 y media hasta las 9 de la noche, estábamos en la Capilla, ce– lebrando los divinos oficios, predicando, haciendo el catecis– mo, administrando los santos sacramentos. Nunca he tenido un auditorio más atento, más ávido y más pr:>nto para apr~nder. Admirablem~nte ordenados en la capilla, se colocaban los hombres a un lado y las mujere3 :tl opuesto y en uno y otro se p':>nían primero los niños, en seguida los jóvenes y después los casados. En pocas horas logré qu¡; aprendieran la doctrina cristi3.-

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