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CONSIDRlRACIONES J!lXI'UESTAS 99 tro equipaje y poco a poco fueron también a la playa los ca– jones y sacos de obsequios destinados a los pascuenses. En la playa nos esperaban con grandes muestras de rego– cijo los pobres habitantes, quienes reconocieron muy pronto al Capellán que me acompañaba, don Zósimo Valenzuela, que había visitado la Isla y les había prestado con mucho fmtJ su asistencia espiritual hada cinco años: ¡Tótimo ! ¡Tótim.o! ex– clamaron todos al verlo y daban grandes muestras de sincera alegría. Cuando bajé del tote, todos los pascuenses se pusieron de rodillas para recibir la bendición del Ejnkopó. No era la primera vez que llegaba un obispo a la Isla de Pascua. En 1868 estuvo en ella Monseñor Tepano Jaussen, Vicario Apostólico de Tahiti, quien ha escrito páginas admirables so– bre las antigüedades pascuenses. En 1888 dió misiones en la Isla Monseñor José María Ver– dier, sucesor de Monseñor Jaussen, y preparó el estableci– miento de nuestra soberanía en la Isla. Antes, por el año 1850, parece que llegó hasta Pascua, comr– náufrago, un obispo con numerosos sacerdotes, pero enton– ces los pascuenses eran antropófagos, y, según ellos mismos refieren, ;:;e los comieron a todos: muestran todavía en la p laya de Anaken,p el hoyo en que fué asado el primer obis- . po que llegó a Pascua. Muy distinta era la suerte que me esperaba a mí. Nos encaminamos de la playa a la iglesia y ¡cuál no sería mi asombro cuando los niños que nos acompañaban comen– zaron a cantar nuestro popular ¡Oh María, Madre mía! -¿Quién les ha enseñado esto? les preguaté. Y todos, sonrientes y agradecidos, me respondie:con a u:1a voz: - ¡Tótimo!
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