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90 JIIENVllNIDO DE ESTELLA con aquéllos, que son también el asombro de los viajeros de la India y con los que maravillaron a los conquistadores del Pe– rú. El parecido es mucho menor de lo que generalmente se cree. En otras islas polinésicas sí que hay monumentos semejantes, pero de madera. Fué tal vez Pascua estación de una raza migratoria que vi– no huyendo de laa inclemencias de la tierra o de las persecucio– nes de los hombres desc1.e las regiones australes.del Asia hasta el m.ecl.iod.ía c1.e la América; o quién sabe si en medio del inmen– so cataclismo que sepultó un mundo o parte de esta misma is– la en el océano, hace miles de años, lo que hoy conocemos de Pascua fué una especie de arca de la cual se repartieron los hom– bres hacia el oriente y hacia el occidente, sobre débiles e inse– guros esquifes, en busca de un suelo más grande, capaz de dar a las tribus, demasiado numerosas, el alimento necesario. Pasarán años y ta\ vez siglos sin que se logre arrancar a Pas– cua el secreto de su tierra y de su gente. Cuentan hasta el presente los naturales de la Isla extrañas y fantásticas leyendas de guerras y aventuras, de viajes y del arribo de hombres peregrinos. Lo cierto e indudable es que en Pascua hubo gente guerrera, incansable en el pelear y cruel en la victoria. Diseminados so– bre el suelo se ven todavía los restos de viejas y cortantes ar– mas labradas en duras piedras de obsidiana, semejantes al vil– drio, de filo comparable al de las armas de acero. Pequeña como un punto, perdiday solitaria en medio de la inmensidad. desolada del océano, vivió ignorada durante largos años la Isla de Pascua, sin qué ni el Asia ni la América, ni !a Eu– ropa, conocieran su existencia. Fué Davis quizá el primero en llegar a ella. En efecto, encon-

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