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CONSCDillRAOIONES J!IXPUESTAS 85 nó el más elevado, se presenta a los ojos del viajero un espec– táculo asombroso. El mar inmenso y solitario, el cielo de un azul extraordinaria– mente intenso, las praderas y lomajes cubiertos de verdura, las rocas de las orillas coronadas con la espuma de las olas que las azotan co:a incansable furia; y más cerca, bajo los pies, el crá– ter inmenso del volcán, imponente y vacío anfiteatro cuyos mu– ros tienen doscientos cincuenta metros de altun y más de mil de diámetro; tan. perfectamente circular como si lo hubiera trazado la mano del más hábil arquitecto, silencioso y trist~. como una tumba, majestuoso y grav :l, como una visión apo>– calíptica: si Dante y Miguel Angel lo hubieran conocido, lo habrían escogido de seguro como escenario de las terribles creaciones del poeta o del drama espantable del juicio final. Un día, hace mües de años, las inmensas cavidades de estos volcanes estuvieron llenas de fuego y retumbaron sus antros en tremendas explosiones ; de su. boca salió inconmensurable una columna de llamas y de humo, de lava, de fundido basalto y de piedras encendidas que subían hasta el cielo como un de– safío de la tierra al firmamento, y desde las alturas caían las materias inflamadas sobre el su~lo en ignición, o se precipita– ban, a través de las aguas, hasta el fondo del mar, hac1endo crepitar las olas y levantando desde ellas espirales de ardiente vapor. El cielo a ratos iluminaba con resplandores rojizos, para cubrirse en seguida con negras nubes de pesado humo o con los amarillentos vapores del azufre. Y tan pronto era un día de luz deslumbradora como se convertía en noche de impene– trable lobreguez. Debió de ser éste uno de los espectáculos más grandiosos que se hayan ofrecido sobre la faz de la tierra. ¿Cuánto duró? Talvez días, talvez años, o siglos acaso. Y, ¿quién podría decir si este estruendoso incendio, y este fragor de tempestad, de huracán, de terremoto y de erupcio-

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