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-68- nila, el cual es luego recon~cido por uno de ellos, tristemen– te célebre y reo de varios asesinatos, que era a la sazón por– tero en la calle de Juan de Mena, que fué, sin duda, quien indicó a los demás la casa de los parientes del P. Manila. Estos nada hicieron por librarle; permitieron se lo llevaran los milicianos, quienes le mandaron subir a un coche, jun-– tamente con el portero de aquella casa, y luego son conduci– dos ambos a la checa de Bellas Artes. Esto sucedía el I6 de agosto por la tarde. Llegados a la checa de Bellas Artes fué sometido pri– meramente el P. Manila a un largo interrogatorio. Nada sa– bemos de lo que se le preguntó ni de lo que él contestó; pues, aunque el portero le veía, no pudo entender nada por hallar– se bastante distante tdel tribunal y ser mucho el trajín que allí había y el ruido de los que entraban y salían; lo úni– co que ha podido decirnos es que vió cómo el P. Manila con– testaba con serenidad y energía a las preguntas que se le di– rigían. No obstante ese misterio-para nosotros hubieran sido palabras de inapreciable valor-bien podemos asegurar con plena Ct!rteza ·de no engañarnos, que fué entonces cuan– do el P . Manila, con valentía de ánimo, debió dar público y solemne testimonio de su fe ante aquel tribunal: sin negar lo que era, ::;in miedo alguno a la muerte, debió confesar su calidad de sacerdote y religioso, y luego, tranquilo y resig– nado, esperó con sereni·dad la sentencia. POR FIN... EL MARTIRIO Al sigu iente día, I 7 de agosto, y en las primeras horas de la mañana, fué conducido como otros muchos, en núme– ro incontable, a los jardines del cuartel de la Montaña, para ser allí, como ellos, cobardemente asesinado. ¿Quién no recuerda aquellos sonoros y entusiastas viva; a Cristo R~y que el P. Manila solía dar con toda la fuerza de sus pulmones, con toda la energía de su potente voz, al ce– lebrar una procesión, al final de sus Misiones y en otros ac– tos religiosos? Yo creo sincl!ramente que en ·aquella hora so-