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-66- muchos malos--decía-, pt!ro seguramente habrá también otros muchos buenos que estarán deseosos ele recibir los Sa– cramentos. Si los que mandan ahora no permiten que se pre– dique, no se opondrán a que se preste asistencia espiritual a quienes lo rlescen". No podía darse cuenta del ambiente de impiedad, de per– secución religiosa que se respiraba por todas partes; creía que todavía vivía en los tiempos anteriores al Movimiento, en que, at.raque con alguna dificultad, había libertad para practicar la religión y el culto. DESEABA ALGO MAS... Sí, el P. Manila se confesaba con frecuencia, según he– mos dicho; mas él no se daba por satisfecho y quería a toda costa poder celebrar la Santa Misa y recibir la Sagrada Co– munión. Ninguna ocasión le pareció mejor ni más apropia– da que el día de la Asunción de la Virgen a los cielos, 15 ele ag-osto. A pesar de que se le hicieron notar las muchas difi– cultades e inconvenientes que para ello había, de ser cono– ddo y de comprometer a la familia donde se hallaba hospe– dado, él debió arriesgarse, sin duda alguna, para cumplir su deseo. Por lo menos, atmque no lo sabemos con certeza lo haya ejecutado, nos clan pie para suponerlo los acontecimien– tos posteriores, que, por otra parte, demostraron no eran va– nas y sin fundamento las sospechas de que le iba a suceder algo desagradable. Efectivamente, debió ser en ese día de su primera salida a la calle, cuando los porteros o los vecinos le vieron y re– conocieron, y no sólo se contentaron con hacer los comenta– rios del caso, sino que alguno de el los, peor intencionado. debió dar aviso a los milicianos de lo que pasaba. Algo de– bió notar el mismo P. Manila de lo que a su alrededor acon– tecía, pues en ese mismo día por la tarde mandó aviso a la señorita Inés G. Torreblanca para que fuese a visitarle y luego le acompañase a casa de sus familiares de la calle de Alfonso XTI. No pudo ir a verle aquel día, y al presentarse

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