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- 64 - la Provincia. Todo era efecto de su gran corazón, que no podía, por una parte, contemplar las miserias ajenas sin con– moverse, y por otra, prendía en él con suma facilidad la llama del entusiasmo a vista de cualquier obra buena. En la Orden y en la Provincia de Castilla, a la que a pe– tición suya pasó hacia el año I9I9, desempeñó el cargo de Superior de los conventos de Montehano, Bilbao y Salaman– ca. Destinado por la obediencia estuvo de familia en la ma– yor parte de los conventos de la Provincia, pero donde dejó más gratos recuerdos de su paso fué en Gijón y Madricl. Aquí le sorprend·iÓ la revolución el 20 de julio de 1936. Hemos repetido que lo que, sobr~ todo, predominaba en el P. Manila era su gran corazón. Por eso el sentimiento del amor patrio que de su padre, según hemos dicho, había he– redado, tenía en él honda raigambre, y con frecuencia se ma– nifestaba al exterior en cualquier ocasión propicia. Así, al ver lo que, a partir principalmente ele las elecciones de febre– ro <le 1936 sucedía en España, solía lamentarse sobremane– ra y auguraba y hablaba con esperanzado entusiasmo del día venturoso en que una revolución, mejor dicho, un levanta– miento militar, diera al traste con todo aquel tinglado de Go– biernos republicanos y marxistas. Cuando corrió por Ma– drid la noticia de que, efectivamente, los militares se habían levantado en Pamplona, Africa y en otras partes, su g-ozo era indescriptible, viendo ya próximo el día ele la liberación; él, sin embargo. no había de prest>nciar más que su lejano amanecer. FUERA DE SU CONVENTO Como los otros religiosos. también el P. Manila se Yió en la precisión de abandonar el convento el día 20. Vestido de seglar y llevando en su mano un maletín que contenía lo~ sermones, algunos apuntes, etc., salió con prevención, y con miedo a l9s muchos milicianos que por las vecinas calles, y mucho n{ás por el paseo del Prado, merodeaban en aquel
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