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-58 - nes imperiales con tan ricas posesiones, y en ocasión en que su padre, don Eugenio del Sa·z-Orozco, .desempeñaba el car– go de alcalde, el último de los españoles. Recibió al ser bau– tizado el mismo nombre <le su padre, Eugenio del Saz-Orozco Montera. Muy pocos años debía contar cuando vino a España, a casa de una tía suya, con el fin de hacer los convenientes es– tudios. Poco después regresaba también toda su familia, que gozaba en Manila de gran prestigio. Un periódico de allí, El Mercantil, al dar la noticia {{'e embarcarse padre e hijos para la madre patria, le dedica los más calurosos elogios. Admira su carácter, su integridad, su hondo patriotismo, que luego había de sentir también muy hondamente el P. Manila, y aña– de: "A pocos hombres les es dado presentar una tan brillan– te ejecutoria -de honorabilidad; a poquísimos españoles les es permitido alegar tan.tos y tan buenos serviciós prestados a este país. De él puede decirse que así en la posición ofi– cial, que con tanto honor y alteza ocupó durante la soberanía española como en el retiro a que se consagró posteriormente, fué símbolo y cifra de la unidad de sentimientos entre ambos pueblos, compartiéndoles sus amores y erigiendo en su hogar el culto de ellos." No sabemos a punto fijo la fecha en que esto sucedió. Nos consta, sin embargo, que el pequeño Eugenio, más tarde lla– mado P. José María de Manila, vivía con una ele sus tías a la llegada de sus padres y que en Madrid comenzó a estudiar el Bachillerato, que acabó felizmente, prosiguiendo luego la carrera de Leyes, que no terminó, sin que sepamos el mo- . tivo. De su tía recibió una criEtiana e-ducación, y de ella he– redó también el amor a. la Orden Capuchina y asimismo la devoción a la Sagrada Familia, que más tarde ha de ser en él peculiarísima y ha de propagar con grande celo durante toda la vida.

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