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- SS- cásticamente llamados "paseos". C~ando apenas las prime– ras luces de la aurora comenzaban a ahuyentar las sombras . de la noche, el P. Fernando es llevado, no sabemos si con algún otro, a los jardines del cuartel de la Montaña. Lo que después sucedió no lo sabemos, pero nos lo figuramos. Yo he visto la fotografía de su cadáver: he visto mani– fiestamente en su cara la expresión de valor, de valentía, de ánimo, de dicha y de alegría que debió al morir inundar su corazón. Yo me lo he figurado en actitud de dirigirse en– tonces al piquete de forajidos que van a lanzar contra él las balas que segarán su vida, para decirles serenamente y con la misma tranquilidad que el día anterior: "Yo os perdono de todo mi corazón", y haciendo luego un supremo esfuerzo y reconcentrando sus energías, lanzar un último y glorioso grito: "¡Viva Cristo Rey!" Así debió morir el P. Fernando: glorificando al Rey in– mortal de los siglos y perdonando a sus enemigos. Su cadáver, recogido a las pocas horas de morir, entraba a las siete de la mañana en el Depósito Judicial; allí se le saca la fotografía reglamentaria y se toman las notas de identificación también prescritas. Las señales eran inconfun– dibles; entre otras se hacía notar que en su ropa interior lle– vaba marcadas estas iniciales: P. F. S. (Padre Fernando Santiago). Sus restos recibieron sepultura el día 14 en el cemente– rio de la Almudena (del Este), en caja y sepultura aparte, y allí permanecieron hasta que, debidamente identificados, se trasladaron solemnemente el d:ía 9 de julio de 1940, como luego se dirá, a la cripta que los Padres Capuchinos tienen en la Sacramental de San Isidro, en el patio de la Concep– ción, donde ocupa el nicho superior del compartimento cen– tral, a mano derecha según se entra. Al ser exhumado su cuerpo para el traslado se conserva– ba tod'avía en bastante buen estado, debido, sin duda, a ocu– par sitio húmedo y profundo. Se apreciaba perfectamente el color de la ropa; su carne estaba relativamente fresca, sobre