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-53- ellos, creyéndose engañados y burlados, la emprendieron a empellones, puñetazos y puntapiés con los religiosos, y po– niénd9lcs la!' pistolas al pecho, gritaban furibundos y ame- nazadores: "A ver: ¡el dinero l... ¿dónde está el dinero? ¿Dónde están los Superiores?" ... Mas como ellos contes la- sen que nada más tenían y que nada sabían ele los Superio– res, nue,·os insultos, nuevos golpes y empellones fueron las respuestas a sus negativas. Y a las obras añadían las pab– bras más soeces y groseras. Fué sobre todo el P. Fernando el que más tuvo que su– frir, según testimonio del propio Fr. Roberto : "¡ Hipócri– ta !-le ·d~cían- : ¿Qué has oído en el confesonario? ¿Qué decías tú allí?" Y en medio de muchos insultos soeces, bár– baros, imposibles ele transcribir, le zarandeaban brutalmen– te. Mas el P. Fernando, sin quejarse, pacientemente respon– día: "De todo cuanto yo he oí•do en el confesonario no pue– do decirles a ustedes ni una sola palabra". "Jesucristo an– daba descalzo-le elijo uno de ellos- : quítate esas alparga– tas". Y al inclinarse, obediente, para quitárselas, un insul · to y un fuerte golpe le hacen desistir de ello. Después de aqu~lla horrorosa tormenta de insultos de obra y de palabra, el P. Fernando, con sereno semblante, con ánimo tranquilo y mostrando gran valentía, se dirige a ellos para preguntarles: "¿Me van ustedes a matar? Pues sepan que yo ele todo mi corazón les perdono". Así se vengaba de cuanto acababan de hacerle, perdonándoles generosamente. Luego les hicieron bajar las escaleras a la planta baja :le la casa, donde ya se hallaban reunidas, también detenidas como ellos, diez o doce personas, entre eJias un teniente co– ronel de Caballería. Ilacia las cuatro de la tarde les hicieron subir a un coche y fueron conducidos a la casa del paseo del Prado, número 6, en cuyos sótanos quedaron detenidos, siendo separados de los demás los dos religiosos y el tenien– te coronel, que son especialmente vigilados por los mili– cianos. Como la perspectiva que se presentaba no era muy hala– güeña, se confesaron con el P. Fernando, quien, luego de

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