BCCAP000000000000135ELEC

Y después de hablar larg-o rato sobre este asunto, repitien– do frecuentemente la misma expresión : " ¡Qué hermoso ·~s el martirio!", prosiguió: "Si acaso Dios quisiera conceder– nos dicha tan grande, vamos a prepararnos con una buena confesión". Así lo hizo. Poco después, el P. Sixto se ausen– tó de aquella casa algo tarde y se despidió con un sencillo "¡Adiós! lfasta otro día':. Ese día que no había ele llegar. En la misma tarde del día II, pocas horas o tal Yez mi– nutos antes ele su detención, al tener quizás alguna sospecha de lo que iba a ocurrir, llamó por teléfono a la fami lia Cas– tañeda, con la c¡uc vivía el P. Sixto. -¿Está Sixto ?-preguntó. -No, ha salido. -¿Volverá pronto? -No volverá hasta la hora de cenar. -¿Saben a dónde ha ido? -No nos lo ha dicho: ¿es acaso cosa de urgencia? -Sí, es urgente; pero si vuelve tan tarde a casa, para entonces acaso ya no haga falta. Cuando el P. Sixto regresó por la noche y le dijeron lo ocurrido, llamó por teléfono al P. Fernando, y una voz an– gustiosa, respondió temblando: "Le han llevado esta tarde". Efectivamente : en las primeras horas de aquella tarde ele agosto una pandil la de milicianos se presenta de impro– viso en el piso de la casa habitada por doña Carmen, gritan– do desaforados y amenazando con pistolas y fusiles, como si se tratara de detener a graneles criminales. Mandan po· nerse a todos ele ec1.ra a la pared y manos en alto, y mientras unos les encañonan por la espalda con sus pistolas, otros re– gistran minuciosamente la ca~a; mejor dicho. comienzan a saquearla materialmente, creyendo iban a encontrar acumu– lados allí varios millones. Roban primeramente cuanto dine– ro pertenecía a la señora ele la casa, y luego exigen imperio– samente a los religiosos la entrega de cuanto ellos tengan .. . ¡Cien pesetas !, nada más ... Era todo el dinero que se les ha– bía dado al salir del convento, con el fin de que puiicsen atender a las necesidades primeras y más perentorias. Ma-;

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz