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He ahí la razón de por qué no ha podido ser ni identifi– cado ni trasla!dado debidamente a otro lugar más digno, como hubiera sido nuestro deseo. SU GRATO RECUERDO Corría la primera quincena del mes de agosto de 1936; el que esto escribe se hallaba detenido en la Cárcel Modelo, en la galería segunda, ya desde el mismo día 20 de julio. En nuestros monótonos paseos por el patio carcelario en las ho– ras ele recreo, llegó a mis oídos el rumor de que el P. Andrés había sido detenido y fusilado; casi no lo podía creer. Sin embargo, aquel rumor, a medida que los días pasaban, iba tomando cuerpo, y tras la rgas insistencias de los que comu– nicaban en el locutorio con sus familiares de fuera ele la cár– CC'I, me llegué a persuadir de que, efectivamente, el hecho era cierto. Por lo demás vino a confirmarlo sin género de duda la entrada en la misma galería de otro religioso ICI'e mi mis ma Orden y Comunidad, Fr. Roberto de Erandio, quien e5- taba perfectamente enterado ele todo. Entonces pude persuadirme d'e lo conocido que era el Pa– dre Andrés. y al mismo tiempo de la estimación en que se le tenía y la buena opinión que de él habían formado todos sus conocidos: sacerdotes, relig iosos de otras Ot1d~nes y segla– res, estimación que en muchos rayaba en verdadera vene– ración. Esa fama de sabio y de santo en que era tenido por mu– chos, no sólo llegué a notarla en las personas que conmigo estuvieron en las cárceles, sino también en cuantas traté du– rante la guerra y le conocían personalmente o habían oído hablar de é!. Pero, sobre tO'db, son verdaderamente no sólo numerosos sino incontables los testimonios que después de la guerra hemos recibido y que nos confirman en lo dicho. ¡Cuántas personas, relig iosos, sacerdotes y seglares ele todas clases y categorías, sintiendo verdadero cariño y veneración hacia él, nos han pedido una reliquia suya, alguna cosa que él hubiera usado, algún retrato o recordatorio, etc., y se han

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