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- 34- Seguidamente baja las escaleras con los milicianos, quie– nes van gozosos de haber detenido a un sacerdote. El porte– ro que les ve y les oye, al enterarse de que se llevan a un sacerdote, queda consternado, y a su mujer, que en aquel en– tonces estaba fuera de casa, le dice al volver: "Estoy suma– mente impresionado al ver llevar a ese pobre sacerdote que han detenido en la Pensión de San Antonio". CAMINO DE SU CALVARIO Custodiado por los milicianos, el P. Andrés va hacia la calle de Cervantes, donde, como ya dijimos, han dejado aqué- 1los la camioneta; sube a ella e inmediatamente parte con rumbo desconocido. Cuantos quedaban en la Pensión, consternados en aque– llos primeros momentos y sin saber a punto fijo cuanto en la calle sucedía, pues los milicianos no permitieron en modo alguno se asomase nadie a las ventanas, reaccionaron lueg•), y, según ya estaba ordenado por la Dirección de Seguridad, llamaron seguidamente a la Comisaría del Congreso con el fin de poner en su conocimiento lo sucedido. Se les contestó que sin pérdida de tiempo salían para la casa guar 1 d1as y po– licías. Pasaron varios minutos y hasta media hora sin que nadie apareciese. Nueva llamada e idéntica respuesta. Así estuvieron desde las diez hasta las doce de noche, llamando repetidamente y recibiendo siempre la misma contestación, pero sin resultado alguno. ¿Qué sucedía? Es fácil adivinar– lo: el teléfono estaba· intervenido y en vez de llamar a la Co– misaría, no obstante marcar el número correspon 1 j 'iente, lla– maban a la checa, centro ele donde habían partido los mili– cianos que detuvieron al P. Andrés; por eso mismo tampo– co él pudo comunicar con las personas a cuyo teléfono lla– maba en ~1 momento de pedirle la documentación. Cuando a las doce se logró, por fin, comunicar con la Co– misaría, inmed'iatamente salieron de ésta policías, que minu– tos más tarde se encontraban en la Pensión para enterarse de lo sucedido. Al pregt1ntar la hora en que había sido dete-

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