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-292- nombre Ncriega, se lanzó sobre él y, asiéndole por la ca– misa, le dice amenazándole con la pistola: "O vienes, o te pego un tiro", y lueg-o le arrastró también al coche, don– de ya estaba el P. Miguel. Juntos habían pasado aquellos quince días últimos y juntos son conducidos ahora camino del martirio, en aquc– lia noche fría del 29 de diciembre, y en el kilómetro 7 de la carretera de Gama a Santoña fueron segadas sus vidas por unos vulgares asesinos. Cuando al siguiente día fueron encontrados los cadá– veres, según arriba hemos dicho, el de Fr. Diego se encon– traba casi en la misma cuneta de la carretera; estaba cabe– za abajo, retorcido, en actitud violenta, con varias heridas de disparo. Extrañará, sin duda, la posición .del cadáver, encogido y en forma violenta; casi con toda seguridad podríamos afirmar que debieron herirle en el vientre o en otro sitio muy doloroso, y, sin darle el tiro de gracia, le dejaron de– sangrarse y morir en medio de horribles torturas y dolo– res, que explican fácilmente su encogimiento y su posición. Al intervenir luego el Juzgado, le hallaron, entre otros varios objttos, la cédula personal, un Crucifijo pendiente del pecho y varias medallas; todo ello no dejaba lugar a duda de que se trataba del cadáver de Fr. Diego, que lue– go fué sepultado en el cementerio del Dueso. Así murió, vilmente asesinado, no por otro motivo, vol– vemos a repetir, que el de ser religioso; si algo pudo influir en el ánimo de los criminales el haberle encontrado aquel día en el convento, fué, a lo sumo, un motivo para adelan– tar la hora del sacrificio. Por lo demás, y por si acaso no fuera suficiente lo di– cho, tenernos el testimonio ele ellos mismos. Cuando el Juz– gado de Santoña, acompañado de varios milicianos, se pre– sentó en el sitio donde estaban los cadáveres para hacer su reconocimiento y levantar la oportuna testificación y acta,

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