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-288- de fueron cariñosamente acogidos, como Jo habían sido el día anterior. Allí quedaron instalados 1 al igual que otros dos Her– manos Donados que habían llegado de Escalante. Días mil s tarde fueron reclamados por el Frente Popular ele dicho pueblo, a donde se les llevó, sin duda, a prestar alguna de– claración. siendo luego también conducidos en coche y vuel– to:> a la misma casa. Se les comunicó asimismo la orden por los componentt>-> del Frente Popular de Cict"ro de tener que bajar tocios ~os días a firmar en las oficin~t !i. lo mismo que se había crdc– nado a los otros Religiosos r~ue estaban refug·iado-. <.:n di– cho pueblo y como lo hacía a su vez el P. Miguel. Por lo demás, allí en aquella casa, muy parecida a la de Betania que acogió en amable hospedaje la persona del Sal– vador, su vida se deslizó aparentemente normal, aunque en el fondo bastante intranquila. Hacían sus rezos ordinaric>s, como si estuviesen en el convento; recitaban el Oficio divino de los Hermanos Le– gos; leían también cotidianamente el Año Cristiano, etc., y asimismo, para evitar la ociosidad, trabajaban haciendo ro– sarios y algunas labores en el huerto de casa. Los domingos, a las diez de la mañana, uniéndose en espíritu a la Misa que el Santo Padre celebraba en esa hora por España, se reunían todos los que allí se encontraban, y, por un devocionario de qut> disponían, rezaban las ora· ciones de la Misa, que Fray Diego dirigía. Sin embargo, los r uidos dr los coches que pasaban jun– to a la verja de la casa, sin saber si se detendrían ~) c.i ~e­ guirían sn rumbo carretera adelante, producían ~n st1 espí– ritu resonancias de acgustia y continuas inquietudes. " LE PIDO LA GRACIA DEL MARTIRIO" Allí, según dejamos dicho, adaptaron su vida casi en -un todo a la del convento: no faltaban sus horas de oración mental, ni los rezos de obligación, ni el Santo Rosario, ni

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