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Y sin esperar más, viend(l que los de dentro se mostra– ban poco propicios a abrirles, levantando con unos hierros el vort0n de entrada a la finca, lo echaron a tierra. Y a en el interinr ele la finca, los dos que debían dar la cara se di– rigieron a una de las puertas de la casa y, rompiendo un <'ristal, la forzaron; pero con sorpresa vieron que aquella parte de la casa estaba deshabitada. Se dirigieron entoncea , a la verdadera entrada y se disponen a practicar la misma operación. Fué entonces cu·ando el P. Miguel dice a don Braulio: '(Si usted tiene valor, baje, porque si ellos suben y encuentran esto (se refería al altar), va a ocurrir una carnicería. En efecto; bajó el .dueño, acompañado de un joven es– calantino que estaba en la casa como criado, y abrió la puerta, encontrándose con los dos milicianos. -¿Qué hay ?-les dice don Braulio. -Que bajen los frailes, porque si subimos, va a ser peor. -¿A dónde van a ir a estas horas? -Tienen que venir a prestar una declaración en San- toña. Don Braulio intenta hacerles ver lo intempestivo de la hora, dándoles al mismo tiempo seguridades de que en la mañana sigu~ente él mismo les acompañaría a Santoña a hacer la declaración que .deseaban. Forcejean unos y otros. Entretanto, el P. Miguel, que había seguido el diálogo, se <.lecide a bajar para ver si logra convencerles por las buenas. -Buenas noches-les dice-; ¿cómo están ustedes? Los milicianos nú contestan una palabra. -¿Viene alguno de Escalante ?- pregunta el P. Mi- guel. -Sí, ahí están todos. -¿Traen ustedes documentación? "-Para llevarte a ti-replica uno de los miliciano<>-no n,e hace falta documentación ninguna"-, al mismo tiempo que, agarrándole por la solapa de la chaqueta, le arrastra– ba fuera de casa hacia uno ele los coches.

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