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-281- sigilosamente una de las ventanas y mira con ojo avizor la explanada que se extiende ante el caserío. Efectivamente: unos coches a la puerta. Ni para dicho es el miedo y ner– viosismo que se apoderó de todos. El P. Miguel quiere sc– rC'nar tm púco los ánimos, y !es dice: "Encomendémonos a Dios, y ~en lo que Dios quic~ a '' El señor de la casa se pasa luego a otra ventana. rlesck donde puede seguir mejor las maniobras de los asalt::tr.t-:s; son unos ~at•Jrce los que bajan de los coches. Pensahan, -;in duda, que a aquellas horas los moradores de la casa esta– rían ya durmiendo y que podrían hacer tranquilamente los preparativos para el asalto sin temor a ser reconocidos. Pero uno del grupo, un muchacho del propio Escalante, que vi– vía en el barrio de Riaño, observa en la ventana la figura de don Braulio Navarro, el dueño de la casa, y se le oye de– cir en voz baja: "Mucho cuidado, que Braulio nos está mi– rando; hahrá que linchar tarr.bién a éste, pues nos ha visto y es peligroso." Después unos cuantos se dirigen al extre– mo de la casa: van buscando un hueco de la cerca, derri– bado por el temporal, por donde sin dificultad se pueda en– trar en la finca y rodear la casa. Cuando la hubieron rodea– do para evitar que las víctimas se les escapasen, golpearon con furia la puerta. Al ruid0 de Jos golpes; apareció don Braulio en una de las ventanas y preguntó: -¿Qué hay? -A Ycr: unos frailes estudiantes. __t>,quí no hay ni:-:.gún fraile. -El dueño de la casa, Braulio Navarro. -Servidor. (Alguien que le reconoció por el habla dijo en voz baja: ''El mismo".) -A ver: dos frailes estudiantes de alguna edad. -Pues llegáis tarde; se han marchado. -¿A r1ónde? -Lo ignoro; acaso a Bilbao. -Con aue a Bilbao-añadió uno de los desconocidos, profiriendo una horrible blasfemia-; a Bilbao y estaba uno esta misma tarde en el convento.

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