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-272- Castellammare, y que lleva por título: El Alma Eucarísti– ca. Fué el P. Miguel quien con escogido y apropiado lengua– je nos ha proporcionado su traducción en castellano; pocos tan bien como él lo hubieran hecho, a buen seguro. Esa obra, aparte su contenido, propio para encender en amor de la Eucaristía al más frío e indiferente corazón, es una de las mejores que en su clase se han escrito, mejor dicho, y no tememos afirmarlo, la m'ejor en asunto de piedad y ele fer– vor eucarísticos. En ella ha volcado el autor todo su cora– zón y todo el entusiasmo de que estuvo animado por Jesús Sacramentado. Pues bien; no tememos afirmar tampoco que en ella podemos ver asimismo retratada de lleno y por entero volcada el alma eucarística del P . Miguel; 41 tradu– cirla le parecería sin duda que iba copiando las pal<Lbras, los sentimientos, los pensamientos, los afectos amorosos que le dictaba también su propio corazón. Interminables nos haríamos y saldrí~mos del límite que nos hemos propuesto al trazar estas biografías, si fuéramos a exponer cuanto pudiéramos decir de su vida y d'e sus vir– tudes. Dos palabras solamente sobre su apostolado. El Padre Miguel ejerció muy poco el apostolado de la predicación, aparte de las pláticas obligatorias que, como Director del Colegio de Filosofía, tenía que dirigir dos veces semanal– mente a los estudiantes. Sin embargo, ejerció una fructífe– ra labor en el confesonario, lo mismo cerca de los seglares que, sobre todo, con los religiosos, y, de una manera par– ticular, para con aquellos que estaban bajo su dirección por razón de los estudios. Cosa singular : no obstante ser Di– rector del Colegio y, consiguientemente, tener que estar siempre en contacto con los e~tudiantes, sin embargo casi to– dos, salvo muy raras y contadas excepciones, se confesaban con él y con él se dirigían. ¡ Cuántos han sentido a su vez después la falta de sus consejos y de sus alientos en mo– mentos de dudas, de perplejidades, de tentaciones, y han añorado aquellas palabras llenas de unción, de fervor, de vida, que el P. Miguel sabía depositar en los corazbnes!
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