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- 270 - resentimiento alguno por palabras que hubiesen herido 5U amor propio, ni siquiera que le hubiesen molestado; tan re– catado era en ello que no sólo con sus palabras, pero ni aun con su mirada, hubiera deseado ni tan sólo herir la suscep– tibilidad, cuanto menos la caridad de nadie. Hasta sus ojos serenos acariciaban mirando y se reflejaba en ellos un alma decidida a no herir ni aun con la mirada. A ello contribuía no poco su modo de ser humilde, sin pretensiones, amante del olvido, del silencio y del retiro, dispuesto a vivir oculto y pasar desapercibido, busc~~u do únicamente la gloria de Dios y anhelando sinceramente su propia santificación y la de Jos. que estaban a su cu!dado. Por eso aparentemente el P. Miguel era de tma extremada sencillez, no pareciendo en su porte exter.ior y a rruieu no 1e conocia en la intimidad sino uno de tantos Religiosos. AMOR A LA EUCARISTIA... AMOR A MARIA En cambio. podemos decir que interiormente cambiaba de medio a medio. Recia sobremanera era su espiritualidad y. al mismo tiempo, acompañada de una infantil candidez. tal como la requería el Salvador para entrar en el Reino tle los Cielos. Su piedad, lo mismo en los actos de Comunidad que en sus devociones particulares, era cosa que todos obser– vaban y que traslucía fácilmente. Aún recuerdo con edifi– cante admiración aquel su profundo recogimiento qm: tenía después de celebrar la Santa Misa y cuando al termÍ!lar b Visita por las noches con la Comunidad, se bajaba ant'.! el Santísimo Sacramento y allí, postrado ante el Sagrario, con gran reverencia y acatamiento pasaba largo rato en íntim•"~ trato con el Amor de los amores. Asimismo recuerdo muy bien aquellas Visitas que, sir. faltar un día, hacía a merlia tarde a Jesús Sacramentado; se iba a la tribuna y allí, re– zada la Estación, silenciosamente, en santo recogimiento, SI! pa!'nba diez minutos o un cuarto de hora. Ai p::~r ele s11 devoción a ];:¡ Eucari~tía y ele su amor en

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