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- 262 - gerado optimismo, que los hechos posteriores demostraron carecía de todo fundamento. Hasta se pensó en celebrar con la solemnidad acostumbrada en años anteriores la festivi– dad de la Poróúncula .. ., come si se estuviera en el mejor de Jos tiempos. EN PLAN DE ATAQUE Mas llegó, y pronto, lo que no podía por menos de suce– der: el asalto al convento y el arrojar de él a sus moradores. . Eran las ocho de la mañana, p,oco más o menos, del día 7 de agosto. Los religiosos observaron que el convento se en– contraba rodeado de miliciar.os, que con sus armas apunta– ban a las ventanas y tomaban posiciones como para asaltar– lo, creyendo sin duela que los religiosos tendrían armas y pu– dieran defenderse. Al ver que nada hacían, se fueron acer– cando sigilosamente, pero sin atreverse a saltar ni siquiera vor las tapias de la huerta: Solamente cuando el recaclista, Hermano Bonifacio, abrió la puerta de los carros para di– rigirse a S'antoña, como de costumbre, le echaron el alto y le mandaron avisase al P . Superior para que fuese a hablar con ellos. Bajó el P _Miguel .de Grajal, Vicario del cotn':en– to, y tan pronto se presentó ante ellos le comunicaron que desde aquel momento quedaban expulsados del convento y que todos los religiosos debían bajar inmediatamente a la puerta de los carros, sita a l extremo de la huerta, para ser cacheados. Así se hizo. Bajaron todos; fueron cacheados minuciosamente, y, no dándose todavía por contentos los mi– licianos, quisieron hacer un nuevo registro en el convento, registro que más bien fué un saqueo en toda forma; para eso, en realidad, y no para otra cosa, habían venido. COMENZABA EL DESTIERRO No habiendo encontrado nada comprometedor, manda– ron a los religiosos que se preparasen y arreglasen para sa– lir aquella misma tarde del convento . C:omieron, se afeita-

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