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-zs6- a los diversos partidos üe derechas y todas las personas de ~ignificación. Lás entrañas del barco se iban colmando de sangre hu– mana; pero nada era suficiente a calmar la sed que devora– ba a los asesinos y al populacho. Mientras hubiera presos, habría víctimas. Bajaron nuevamente los milicianos, decididos a conti– nuar la matanza, y comenzaron una selección caprichosa para la muerte y el martirio. -A ver: ese del bigotito, que debe ser fascista ... arriba... -Ese rubio, que parece alemán ..., arriba ... "TU TAMBIEN.. . QUE TIENES CARA DE CURA" Los milicianos siguieron revistando las filas para con– tinuar la selección. El P. Ambrosio se encontraba en las pri– li!eras filas; ninguno de los milicianos le cono~ía; eso le iba salvando. De pronto, la mirada de uno de ellos se clava en él como una flecha y sin más le grita: "Tú también, que tie– nes cara de cura ..., arriba ... " "Soy religioso"-replicó ~~on entereza el P. Ambrosio, según testimoñio de uno de los presentes. E inmediatamente, volviéndose un poco, dirige su mirada a un sacerdote que tiene muy cerca, el actual párro– co de Polanco; éste, comprendiendo lo que le pedía con aque– IIa mirada. le absolvió con disimulo. En seguida el P. Ambrosio salió tranquilo de las filas y con la misma serenidad inició la subida. "No hubiera su– bido más tranquilo-dice uno de los allí presentes, don Fe– derico, párroco de Bioño-, si hubiera salido en libertad''. A media escalera se vuelve de cara a los presos y, sonriente, h:zo con la cabeza un ademán de despedida. Algunos reco– gieron aquella sonrisa de homenaje póstumo como recuerdo de serenidad y de valor sobrehumano; otros entendieron que aquel g·esto postrero les traía la absolución sacramental. .. Sonrisa de amigo, gesto y afirmación sacer.dotales, recuer– clo ele despedida en los mismos umbrales de la muerte y del

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