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-249- bre, y ambos, despedidos por la familia con lágrimas en los ojos, salieron de casa, después que el P. Ambrosio entregó muy disimuladamente a una de las hermanas de don Celso algunas cosas que podrían comprometerle. EN LA CHECA DE NEILA Una vez en la calle, uno de los agentes les dice: "Por aquí", al mismo tiempo que les indicaba con su mano la di– rección de la parte alta de la ciudad. Bien pronto se dieron cuenta de que les llevaban a la terrorífica Comisaría, o me– jor dicho, checa del fatídico Neila. En efecto, al poco rato desembocaban en la calle del Sol : estaban ya en manos del verdugo de la Montaña. Allí se les separó. El P . Ambrosio fué encerrado en un ~ótano, donde se encontraban ya algunos otros detenidos. El terror y la angustia de aquella estancia eran indescripti– bles: parecía una sala de espera para el último viaje; se res– piraba un aire de agonía. Todas las noches salían de allí algunos detenidos para no volver más; nadie sabía a punto fijo los que marchaban en libertad y los que salían para la muerte. A las dos de la madrugada un guardia llamó al P. Am– brosio. Salió éste, presa su corazón de angustia, pensando en {a suerte que le deparaban. Conducido a la presencia de Neila, procedió éste a interrogarle con el fin de aclarar al– gunos puntos sobre los que los agentes le habían pregunta– do ya. Aunque no sabemos concretamente en qué términos se desarrolló el interrogatorio, nos consta, sin embargo, con toda certeza, que el P . Ambrosio confesó su calidad de sacer– dote y religioso capuchino. Y para justificar su estancia en la. casa de don Celso, dijo que, como dicho señor se hubiera enterado de que él se encontraba en un hotel, haciendo gas– tos que no podía soportar por mucho tiempo, invocando su antigua amistad, le había invitado a venir a su casa, como así lo hizo. " Sí- respondió Neila con tono socarrón-, us– tedes siempre encuentran quien los reciba" .
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