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CONVENTO DE SANTANDER Así le denominábamos, nuestro convento de Santander, a.nnque en realidad de verdad aquella residencia poco tenía de convento desde el punto de vista material, ni pertenecb tampoco a la Orden. Si bien es cierto que los Capuchinos llevaban ya la friolera de quince años en el mismo Santan– der, todavía, al estallar la revolución en la capital monta– ñesa, no tenían convento formal. Vivían desde hacía algunos años en una casa o chalet propiedad de la Compañía de la Fábrica del Gas, y en la planta baja habían levantado la capilla, mejor dicho, habían arreg·lado convenientemente el piso para que sirviese ele capilla. Estaba situada en el barrio de San Martín, próximo a Puerto Chico, y al lado precisa– mente de una de las cocheras del tranvía que conduce al Sar– -dinero. "LA CAPILLA DE SAN ANTONIO" Allí, no obstante vivir provisionalmente, fueron forman– <:!o su pequeña biblioí:eca de libros buenos y escogidos; asi– mismo se habían llevado para la capilla preciosas imágenes. entre ellas la de San Antonio de Padua, bella talla del Santo d"' los milagros, que atraía las miradas de todos por su ar– tística expresión y labor delicada. Y, formando con ella her– moso conjunto, se hallaban a uno y otro lado del altar ma-– yor, también las expresivas y devotas imágenes <ie San José y de San Francisco. Era aquella capilla como el lugar sagra-do donde se tri– butaba a San Antonio el culto que se merecía; el centro, po– demos decir, clásico, donde los santanderinos iban a impe– trar del Santo paduano gracias y favores . En. aquella casa, dirigiendo y sosteniendo el culto en la

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