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- ZJI - frecuentemente, llamándole siempre con e~ sobrenombre de "el cocinero de los frailes". Al siguiente día del fusilamiento de los otros Capuchi– nos presos, aquellas mismas personas bienhechoras que les habían llevado la comida hasta entonces, fueron asimismo a la cárcel, ignorantes aún de lo que había ocurrido, para llevarla a su vez; pero antes de hacerse cargo de ella, pre– guntó Fr. Eustaquio "de parte de quién iban", y al con– testarle ellas "que de parte de un señor" (este señor era el Padre Guardián, a quien ellas no podían nombrar), él no quiso recibirla. El miliciano, en cambio, encargado de in– troducir las comidas, salió luego a decirles: "De los Capu– chinos sólo queda el cocinerín y me ha encargado les dig:t que no le traigan la comida, que le gusta el rancho. Sólo desea que vengan todas las semanas a recogerle la ropa su– cia y traerle la limpia". Hubo algunas que pudieron verle un día en San José. pero apenas hablaba palabra; na·da tiene de extraño, cono– ciendo su cortedad y su falta de trato con la gente. Tam– bién le ofrecieron sus servicios y él los recusó, diciendo que no necesitaba de nada. Cuando el sábado, día 23 <le agosto, fueron a llevarle la ropa limpia a la iglesia de San José, ya no estaba allí. De este dato han concluído algunos que Fr. Eustaquio fué fu – silado el día 23. A esto se ha juntado el testimonio del con– serje del cementerio de Ceares, que en el registro por él lle– vado dice que con los militares muertos del cuartel <le Si– mancas, "fué también enterrado un Capuchino". Y por contera de todo corrió por Gijón la calumnia de que en el Simancas habían estado disparando también algunos Capu– chinos, basándose en que no pocos de aquellos heroicos de– fensores tenían la barba crecida, de mes, sin duda porque no tuvieron ni utensilios ni tiempo material para afeitarse. Nada más inexacto ni más calumniosamente falso. Te– nemos sobrados testimonios para decir que no fué esa la fe– cha de su muerte, y menos aun que estuviese en el Siman – cas disparando contra los milicianos.