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- 230 y de la tierra, que sabe cumplir con escrupulosa fidelidad los deberes religiosos impuestos por las leyes, y luego atien– de a las ocupaciones materiales de la cocina, en que emplea la mayor parte del día. Pero no obstante ser ya suficientes esas tareas para ocu– parle del todo, por las tardes, al menos desde que estuvo en el convento de Gijón, empleaba los ratos más libres en tra– bajar en la huerta, siendo muy aficionado a la horticultu– ra, a la que se entregaba con mil amores en los momentos en que le dejaban libres las faenas de la cocina. Sin embargo ·de esa afición, a partir de las nefastas elec– ciones de febrero, dejó la huerta medio abandonada; tuvo el Padre Guardián que ordenarle plantara en ella, entre ctras cosas, lechugas y tomates. "Los plantaré-respondió sonriente y obedeciendo con humildad-; pero no sé si nos– otros los recogeremos". Así f ué: no los recogió, efectiva– mente. El día 21 de julio fué también conducido con los otros religiosos a la Inspección, de aquí a la iglesia de los Jesuí– tas y de ésta a la de San José. Llegada la trágica tarde del 14 de agosto, no obstante que la segqnda camioneta de presos estaba compuesta de religiosos y sacerdotes y en ella iban asimismo cinco reli– giosos nuestros, Fr. Eustaquio permaneció en la cárcel sin que nadie se metiese con él, sin que sepamos a punto fijo la causa <le esa excepción. "EL COCINERO DE LOS FRAILES" Sabemos en cambio, por múltiples testimonios, que en la cárcel llevó siempre una vida de gran recogimiento y de intenso fervor, hasta el punto que un religioso del Corazón de María, el P. Azcati, nos dice que pasó "cuarenta días de cárcel rezando". Era su ocupación continua. Y no obstante que él en nada se entt·ometía y casi no trataba con nadie, sin embargo los milicianos le tenían, al decir de sus compañeros, "mucha hincha"; le insultahaa

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