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- 229- zas, cuanto podía, esmerándose en agradar a los religiosos en cuanto de él dependía, sin enfadarse, sin discutir, con una amabilidad extraordinaria de carácter y con serena y com– placiente caridad. SENCILLO Y HUMILDE Mas la virtud en que más se distinguió, a nuestro jui– cio, fué la sencillez; era en él algo característico, lo mismo que su humildad. Siempre se reputaba por ignorante, por siervo inútil, lo mismo cuando se le hablaba que cuando se le corregía; apenas, por otra parte, se atrevía a hablar ant~ lo!' demás, y cuando lo hacía, era con cierto apocamiento y vergüenza naturales, y al propio tiempo trasluciendo el bajo concepto que de sí tenía formado. Era tan sencillo, que en t0do su proceder reflejaba inocencia, candor, casi nos atre– veríamos a decir que cierto infantilismo, hasta el punto de que cuando se le preguntaba alguna cosa para que expusie– se su opinión, su modo de pensar, siempre se excusaba di– ciendo que "él no sabía ... que no entendía". Y ese su modo sencillo de ser se reflejaba en todos los actos, hasta en la misma observancia de las leyes y pres– cripciones, usos y costumbres de la Orden. Por eso mismo w obediencia a los mandatos e indicaciones de los Superio– res era pronta, sumisa, callada, ejecutando con escrupulosa exactitud ::-uanto le ordenaban. Era, a mi modo de ver, sen– cillo, con aquella humilde y obediente sencillez que San Francisco exigía a sus hijos y la que buscaba en cierta oca– sión en algunos aspirantes a la Orden, a quienes mandó para probar su obedienciél, que plantasen las coles con la raíz para arriba. Estamqs seguros de que si Fr. Eustaquio hubiera sido sometido a esa prueba, no hubiera quedado defraudada en módo alguno la esperanza del Seráfico Padre. Esto es cuanto de su vida podemos decir en concreto : e:s la vida de un religioso sencillo, observante, rezador, re– cog-ido, fervoroso, ajeno en un todo a las cosas del muncio

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