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- 21<) - que manifestaba; y lo más admirable de todo es que, a pe– ~ar del intenso trabajo, siempre se le encontraba de buen humor, siempre alegre, con una igualdad de ánimo que cau– saba santa envidia. Fué asi!Tiismo admirable su caridad para con todos, como admirable fué también su carácter, siempre atento, siempre Julce, sumamente afable, en su trato, en sus conversacilne~, sin mo~trarse nunca esquivo ni malhumorado, sino aleg-re sobremanera, con una casi perpetua sonrisa en suc; labio~, característica suya. Por eso sentía verdadero gozo soco– rriendo los viernes a los pobres con cantidad .::onsi' lerablc de pan, mezclando aquella obra de misericor-d ia con atinado:; consejos espirituales. Nadie acudía a la portería que no que– dase prendado de él. Lo mismo sucedía en los pueblos donde hizo algunas veces la postulación: su recuer-do es edificante e imborrable. No llamaba menos la atención de los otros religiosos por su amor a la observancia regular que llevaba-nos dice uno de los que con él convivie.ron-a "punta de lanza". Era el primero en llegar a todos los actos de Comunidad. • MODELO DE PENITENCIA Pero en lo que fué casi podemos decir verdaderament~ t:xtremado era en la penitencia. El hábjto y la cuerda más ¡..,obres eran ciertamente los de Fr. Alejo. Cuando ejercía el oficio de cocinero se servía siempre las sobras de los días anteriores y cuanto no podía ser presentado a los demás; de todo ello se daba perfecta cuenta la Comunidad. Asimis– mo el rigor con que se daba la disciplina causaba espanto; los -duros golpes que, al hacer ese ejercicio de penitencia con los otros religiosos, descargaba sobre su cuerpo, resonaban entre los demás notablemente, pareciendo que daba sobre cosa extraña e insensible. La pared de la tribuna del coro de Montehano podría decirnos algo de estas crueldades de }'r. Alejo contra su cuerpo, pues muy bien pudieron obser– varse en ella las salpicaduras de su sangre.
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