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-214- fecha se le veía como acobardado en medio de los demás presos. Por fin, tras esa prueba, una amarga pena había de tor– ü!rar todavía su corazón antes de que llegase la hora su– prema del sacrificio. Poco después de haberse quitado el hábito recibieron él y algún otro un papel en el qÚe se les decía de fuera de la cárcel que trataran de huir, pues les iban a matar. Aquel mismo día o al siguiente se presenta el Comité en la cárcel y llama al P. Domitilo. El Padre comparece inmediatamente ante ellos. "¿Cómo se presenta u:;ted así?", le preguntan. "Por obedecer-contesta el Pa– dre--las Ó!"denes del Comité." "No-replican ellos-, usted se ha quitado el hábito y la barba porque pretende fugarse; queda usted secuestrado." Y desde aquel día queda incomu– nicado en la sacristía; era un gran sacrificio que Dios le exigía, con el que iba al propio tiempo disponiendo su alma para la aceptación voluntaria de la muerte y del sacrificio supremo de la vida. Y así, incomunicado en la sacristía, pasó los restantes días. LA HORA DEL SACRIFICIO En la noche del S al 6 de septiembre, y a eso de las doce y media o una de la madrugada, se presentaron algunos milicianos en la cárcel y pusieron en libertad a varios de los detenidos considerados de derechas; al marcharse dijeron cínicamente que "aquella noche saldrían más". Poco tiem– po después el P. Domitilo entra en la iglesia en busca de sus zapatos, y tras él, y a la una y media justamente, abiertas las cancelas, mientras fuera de la iglesia queda un nutrido número de milicianos, entran tres de ellos llevando colgados de sus brazos numerosos cordeles. Van leyendo una larga lista de presos, hasta 23, y entre ellos suena también el nom– bre del P. Domitilo. Les ataron luego con esos cordeles 1as manos atrás, dando asimismo una vuelta por la cintura, y cnando llega la vez al P. Domitilo, con un gesto de simpatía, se vuelve a uno de los milicianos que hacían guardia en la
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