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-202- ·cuando pequeños: "Que era forzoso dar la vida antes que d'espojarse del hábito y morir sin él". Al llevarle más tarde los milicianos deten~d·o por las ca- 1les de Gijón, camino de la Inspección de Seguridad, tam– bién iba en la misma forma, con su hábito y con su barba, según han manifestado testigos presenciales. Iba, asimismü, rezando devotamente el Santo Rosario, que tenía en una mano, mientras que en la otra llevaba un maletín. Una mu– jerzuela que le vió caminar así, comenzó a gritar: "Ese lle– va los tesoros del convento". EN LA CARCEL De la Inspección salió a los dos días para la iglesia de los Padres Jesuítas. Aquí, lo mismo él que los otros Capu– chinos, no estuvieron aband·onados, al contrario, hubo per– sonas bienhechoras y amigas que por ellos se interesaron y aue les llevaban diariamente la comida, así como la ropa limpia cada semana. Lo hacían por caridad, pero también por indicación del P. Superior, Manuel de Hontoria, que a la sazón se hallaba escondido en una casa particular. Los pocos días que pasaron luego detenidos en la igle– sia de San José, convertida a su vez en cárcel, aquellas ca– ritativas señoras llevaron también a cabo el mismo acto de -generosa caridad y hasta el mismo día 14, el día de su muer– te y de su martirio, se presentaron por la tarde ante las puertas de la iglesia para llevarles la cena, pero no pudieron acercarse a ella: estaba materialmente rodeada de la chusma que gritaba, blasfemante y frenética, pidiendo la cabeza ele los presos. Vieron, en cambio, a otras personas que iban también a cumplir con ellos aquel acto de caridad, las cua– les llorando amargamente decían: "Ya no están..., ya no ,están... se los han llevado".

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