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- 201 - venerable figura, aquella poblada y luenga barba, su voz fuerte y sonora, su mirada viva y penetrante, su aspecto grave, serio, rígido, era algo que impresionaba fuertemen– te a los oyentes y movía grandementes los corazones, sobre todo, cuando de sus labios .salían las conmovedoras verda– des eternas o amenazaba con la terribilidad del juicio y del infierno, o, tomando en su mano el Crucifijo, recitaba con voz emocionada el acto de contrición. Esa fué la predicación en que más se ejercitó y en que más se distinguió, la de misiones populares, lo cual no quie– re decir que fuese exclusivo en él ese género de oratoria; predicó también muchos sermones sueltos y de compromiso, así como novenas, ejercicios a religiosos, etc. El P. Ildefonso era de fuerte complexión. Quizá por eso mismo se distinguiese tanto por su amor a la penitencia y mucho más por su rigor en llevar las observancias d'e la Re– gla y Constituciones. No dudamos tampoco en que ese su modo de ser haya influído no poco en su carácter, un tanto áspero y fuerte en apariencia, pero que resultaba sumamen– te afable y bondadoso cuando se le trataba de cerca y en la intimidad. Y llegamos a la última etapa de su vida, de su martirio, tanto más glorioso cuanto más desconocidas nos son las cir– cunstancias individuales de su muerte. "ESE LLEVA LOS TESOROS DEL CONVENTO" Se hallaba, como dijimos, de comunidad en el convento de Gijón al estallar el Movimiento Nacional. En los sótanos le sorprendieron los rojos al tomar el convento, y por cierto vestido todavía de hábito, y asimismo con barba, aunque · recortada .Y arreglada. Quien haya conocido al P. Ildefonso y haya observado su modo de ser y su valentía, no se extr::t– ñará de ello; sin duda que quiso llevar a rajatabla y poner en práctica el principio que muchas veces le oímos repetir·
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