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-200- se encontraba ya gastado, y para él, acostumbrado a otros ministerios, debía resultar muy aburrida la tarea cotidiana de vigilar a los niños, ocle llamarles frecuentemente la aten– ción, de corregirlos. Su carácter, por otra parte, aunque franco y alegre, era fuerte, muy acostumbrado a tratar con personas formales y mayores y se avenía con mucha dificul– tad a las simplezas de los niños, a sus travesuras, aunque fuesen de nií).os llamados a ser religiosos y sacerdotes. Por todo ello, presentó la dimisión d'e su cargo. Una noche, tras una emocionante plática que dirigió a todos los niños del Colegio, reun~dos en el salón de estudios, después de besarles los pies con gran hurpildad, muestra inequívo– ca de lo que era su corazón, después de pedirles asimismo perdón por lo que les hubiese molestado o por las quejas que de él pudiesen tener, se despidió del Colegio y fué destinado· a otro convento. No habrá de ser, sin embargo, aquella la última ocasión en que se verá obligado a tratar con elios, si bien no tan de cerca. En 1928 fué elegid'O Guardián del convento de El Pardo, y como tal tenía a su cargo, y como obligación inhe– rente, el proveer a las necesidades materiales del Colegio. Pero el cuidado de los niños, su formación, la corrección y vigilancia no eran ya de su incumbencia; por consiguiente, era menor la responsabilidad, y bajo ese punto de vista, me– nos pesada la carga. Al cesar en dicho cargo, después de haberlo d'esempe– ñado durante un trienio, fué destinado al convento de Gijón, donde, como luego hemos de ver , le sorprende la revolución. MISIONERO Aquí, lo mismo que en los conventos restantes donde es– tuvo de familia, su ocupación favorita fué la predicación~ ésta, podemos .decir, que constituye su gloria y su distintivo. El P. Ildefonso era, sobre todo, un misionero de cuerpo entero. Cuantos le han conocido y cuantos le oyeron predi– car alguna de sus misiones, le recuerdan todavía. Aquella

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