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flitr~t, donde todavía podían apreciarse perfectame11te los impactos al terminar la guerra, fueron todos elles fusilados aí ;ttardecer de aquella víspera ele la Asunción. LA CONSIGNA DE LA FE En el trayecto se fueron dando unos a otros la cons1gna de morir todos con este grito: "¡Viva Cristo Rey!", y efec– tivamente, al caer junto a las tapias, acribillados los cuerpo:> por las balas, sus últimas palabras fueron éstas : "¡ Viva Cristo Rey!" y "Os perdonamos"; palabras que, según de– claración de los mismos asesinos, continuaron repitiendo hasta exhalar su postrer suspiro, hasta la última palpita– ción de su corazón. Así murieron los mártires de los primeros siglos del cris– tianismo y así han muerto también los mártires gijone-;es de la revolución de 1936. Y para que su sacrificio tuviera toda la heroicidad y toda la sublime grandeza del sacrificio de Jesús, y para mostrar que en ello seguían paso a paso las huellas de su Divino Maestro, como él mueren, asimisr.1o, perdonando de corazón y de palabra a sus propios asesinos. Estos mismos no pudieron por menos de mostrar su e·<tra– ñeza ~;ür la valentía con que murieron, haciendo luegr> entre sí largos comentarios, según lo han testificado lo:; pre~os ·que se salvaron de la muerte. Así murió también el P. Berardo de Visantoña, y en el cementerio de Jove fueron sepultados sus restos, sin poder más tarde ser identificados. Ha sido imposible de todo pnn– to. Los rojos no pararon en asesinarles : rociaron luego los cadáveres con gasolina y les pren.dieron fuego, y aún no con– tentos, echaron después cal sobre ellos al enterrarlos. Por otra parte, las notas de identificación hechas por los mérli– cos al reconocer los cadáveres, lo mismo que las fotograflas sacadas de ellos, se encargaron los rojos de hacerlas m;í.::; tarde desaparecer. Mas no por eso su muer te ha de ser menos gloriosa ante Dios y ante la Iglesia; sabemos que murieron por el solo de-

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