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- I!4- rezos, consuelan a sus compañeros de infortunio, levantan los espíritus y sufren con ejemplar resignación las privacio– nes corporales, que, al decir de algunos supervivientes, eran para ellos rr.uy poca cosa aliado del tormento que les causa– ba el lenguaje soez y blasfemo de los carceleros rojos. EL ASALTO A LA CARCEL Y así llega el día 14 de agosto, víspera de Nuestra Se– ñora de Begoña, la gran fiesta tradicional de Gijón. Hacia el mediodía se presentan sobre la ciudad tres aviones nacio– nales. Esta vez no se limitan a tirar sobre los cuarteles de Simancas y Zapadores los acostumbrados paquetes de víve– res. Arrojan sus certeras bombas sobre la estación del fe– rrocarril de Langreo, por donde llegan a los rojos todos los refuerzos de material y de hombres, sobre la emisora de ra– dio y el cuartel de los Guardias de Asalto, sito en la calle ue Jovellanos, sede a su vez del Comité de Guerra. Por la tarde se repite el ataque de la aviación nacional, que produce en los rojos un pánico inmenso. Pero al pánico sjgue la reacción que, siendo de almas viles, no puede ser otra que la venganza en los inermes detenidos. Quizás obedeciendo a una consigna dada, las mujeres de los barrios obreros se lanzan a la calle, poco después que ha cesado el bombardeo; gritan, se llaman y congregan, for– man grupos .vociferantes que llegan al centro de la ciudad: "¡ Por los presos ! ¡ Que nos los dén: que no quede uno vivo! " , gritan desaforadas. Aquel mismo día y tras el primer bombardeo de la avia– ción nacional, ya había sido suprimida la comida a los pre– sos. "Para lo que vais a vivir", contestan cínicamente los milicianos a los que inquieren la razón. Después del segun– do bombardeo, la chusma insolente penetra en la misma igle– sia y algunos a tiro limpio; los detenidos corren presurosos a esconderse en las naves laterales, tras las columnas, bajo las colchonetas, detrás de los retablos. Otros, más serenos,

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