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- 182- tas y ventanas, haciéndolas añicos y hasta penetran en d mismo local. El P. Berardo, aun exponiendo su vida, sube a uno de los pisos, abre una ventana para preguntar a h; milicianos lo que pretend~n. "Que abran", responden ellos. Daja a abrir la puerta principal y luego se entrega en ma– llOS de los asaltantes, juntamente con los otros religiosos que en el sótano se hallaban. EN LA INSPECCION DE SEGURIDAD Los milicianos, después de tornar un bocadillo con que fueron obsequiados por la magna hazaña de haber tomad•) el convento, condujeron a los religiosos en dos grupos a la Inspección de Seguridad, sita en la caiie de Jovellanos. En el primero iba el P. Bcrardo, juntamente con los Padres Arcáng-el, ILd'efonso y Fr. Eustaquio. No faltó quien, al ver· los, comenzase a gritar a los que les llevaban: "No los lle– véis más adelante: matadlos aquí mismo". EN LA CARCEL En la Inspección era tal la riada de detenidos que allí 11egaba desde todos los rincones de la ciudad, que se vió ma– terialmente llena, de forma que apenas se cabía de pie. Sin duda por ese motivo los Capuchinos pidieron expresamen– te, según testimonio del P. Camporro, Agustino, ser trasla– cl::!.dos a otra parte; así se hizo a las doce ele la noche del día 23, jueves, siendo conducidos a la iglesia de los Padres Jesuítas, convertida a la sazón en cárcel. "En esta primiti– va prisión, nos dice uno de los detenidos, don Bonifacio Lo– renzo Somonte (Vida Sobrenatural, "Ejemplares de vida :;obrenatural" , 1938, noviembre-diciembre, págs. 121-123), donde, por lo r educido del local, se vivía en insoportable ha– cinamiento, se respiraba un ambien_te lo más cristiano, y por lodo el aspecto exterior totalmente parecía una estampa vi– viente de las Catacumbas ... Al anochecer rezábamos todos el Santo Rosario. P ronto hubo que cambiar de táctica. Nucs- .

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