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- !75 - matarán. ¿Qué sacan ustedes con matarnos? Llévennos a la cárcel o a a lguna casa particular de su confianza, o donde r.,;.,ran; ya se convencerán de nuestra inocencia." "-No; usted~s-contestó el jefe rojo- quedan enceHa– dos ·aquí en el despacho de la panadería, y si vienen otros mi– licianos, díganles que están aquí a disposición del grupo del Arenal." Arenal se llama el barrio donde está enclavado el convento. Todos marcharon, incluso el dueño de la panadería. Que– <laron en el mostrador solos los tres religiosos: P. Manuel, Fr. Alejo y Fr. Eusebio. El P. Guardián, dándose cuenta de la situación, comien– ~.a a aconsejar a los otros la huí.da . De pronto se abre la . puerta ele la calle, entra un miliciano, se dirige al P. Guar– dián, a quien confunde, sin duda, con el panadero, y le dice: '' Camarada: a ver si me das tm panecillo." "Sí, hombre; sí: no faltaba más", le responde el P. Manuel, y con desenvol– tura le alarga un bollo. Pero el miliciano no queda satisfe– cho, a juzgar por lo mucho que lo mira. "¿Quieres otro ma· yor?"-le dice el P. Guarcli8n-. "Sí-contesta el miFcia– no-, déme oti-o mayor porque nos van a dar un bocadillo flOr haber tomado el convento". "Bueno, hombre, que apro– ,·eche". Y se marcha el miliciano. " ¿Ven?- dice el P. Guardián a los dos Hermanos-. ¡,¡ adie nos conoce ; éste nos ha confundido con los panade– ros; cojan un pan cada uno y salgan con las manos en alto". "No nos atrevemos", fué la respuesta que le dieron . El P. Guardián, creyendo que con su ejemplo conseg-ui– ría más que con sus palabras, les repite : "Yo saldré el pri– mero; pero, ¡por Dios!, no se queden aquí, que ele esta gente nada bueno se puede esperar''. Inmediatamente coge un pan grande debajo del brazo y arrostrando el peligro·sale de la panadería. Así logra salvar la vida e ir a refugiarse a sitio seguro. En cambio los otros, tímidos e indecisos, allí se que– dan y, al llegar los milicianos, son llevados por éstos a lé1. J nspección de Seguridad, sita en la calle de J avellanos.