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-174 - biét;~ tantas hambre~ con el pan que repartimos diariamen– te, sobre todo los viernes. -Lo que ustedes reparten ya lo sé yo, que b; conozco desde que vinieron a Gijón. -Si nos conoce, y es tal vez vecino nuestro, no creo pueda tener queja alguna de nosotros. -De todas maneras, ustedes son de Gil Robles. -Nosotros no somos de ningún político; somo-; cie to- dos cuantos soliciten nuestros servicios religiosos. -Bueno. .. a ponerse en fila los tres. Y al mismo tiempo que esto ordena, echan a la c'an sus fr1"iles los milicianos que allí estaban, encañonándoles como pf!ra fusilarlos. Los religiosos obedecen; se ponen en línea, d.:: espalcias a la pared y de cara a sus asesinos, que est5n rl unos tres metros. Entonces uno ele los religiosos, sin contener la em~ción ele aquellos instantes. dice: "Yo, de morir. quie1·o n u– ¡·ir, no de pie, sino de rodillas, ofreciendo mi vida a Dios". Cae ele rodillas, los brazos en alto y los ojos vueltos al cic– lo. exclamando: "¡Dios mío, os ofrezco mi Y ida!" En este momento el panadero vecino del convento, con·· movi.do ante el espectáculo. se echa sobre el iáe rojo y le grita : " ¿Qué vas a hacer?" Le coge del brazo e intnxlu– ciéndole en una dependencia contigua, le dice: "Yo ;:;oy ca– marada vuestro: estos han sido para mí verdaderos p:1dres: :-:e han portado siempre muy bien conmigo; respondo ele ellos con mi cabeza". Y cle&!)llés de escucharle muchas co– sas en favor de los religiosos, termina el jefe: "Bueno: por t i no bs fus ilamos ahora" . Y saliendo fuera, dice a los otros milicianos: " A registrarlos". Jo fué un cacheo minucioso; se contentaron con lo que C<l!da religioso presentó buenamente, y, acto seguido, el jefe. si no amable, no tan cruel, les dice: "Marchamos a hacer nn servicio a la calle Marqués de Casa Valdés ; pronto vol– , ·eremos por ustedes". "-Ya que ustedes son tan amables-repuso e] P. Guar– dián-no nos dejen aquí abandonados: vendrfm otros y no~

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