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-¡()()- las circunstancias y para poder trabajar. Los sobrinos le recibieron amablemente y le protegieron hasta el punto de que, temiendo le sucediese algún percance desagradable, le aconsejaron se afiliase también a la C. N. T., y ellos mismos salieron responsables y le avalaron. Con carnet de la C. N. T., como lo hicieron otros muchos de derechas para salvar sus viáas, anduvo tranquilamente por Madrid, sin que nadie le molestase. Estando en casa de sus sobrinos alternaba con los demás que por allí iban y que no sabían lo que era; con ellos hablaba sobre la marcha Je la guerra, pasando desapercibido en un todo. Salía a la calle -cuando lo creía conveniente, visitaba con frecuencia a los d~más religiosos nuestros; a muchos de ellos cortaba el pelo y afeitaba cuando era necesario, principalmente a los que estaban escondidos en casas particulares y no podían salir sin peligro a las peluquerías, por •ser aquí donde principal– mente pedían la documentación. Con esa misma finalidad de cortar el pelo estuvo por úl– tima vez en casa del que esto escribe, sita en Espoz y Mina, donde me encontraba medio escondido a mediados de mayo, <los o tres días antes de ser él detenido. Al verle algún tanto despreocupado, sin miedo alguno a ser detenido y, consi– guientemente, sin tomar medida alguna, le aconsejé procu– rase desfigurarse, pues estaba enteramente igual a cuando andaba con la camioneta; que se dejase crecer el bigote, que cambiase los anteojos, etc., pues cuando menos lo pensase, aunque afortunadamente hasta entonces nada: le había suce– dido, podía ser reconocido por alguno, tanto más que, como ya hemos dicho, aun antes de la revolución y a partir de 193 r andaba ya sin barba y de seg-lar cuando hacía sus viajes a Madrid; por eso mismo no era difícil le conociesen los chó– feres y otras gentes de izquierdas, que en aquellas circuns– tancias no sabíamos lo que podían hacer. Salió de mi casa con la misma despreocupación de siem– pre, acompañado ·de una sobrina casada, que había venido con él.