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- 152- muestra y corroboración de cuanto decimos, cuando al es– tar trabajandb en la huerta daba el reloj las horas, suspen– día su labor, erguía su cuerpo, se recogía devotamente y rezaba el Avemaría, como es costumbre entre nosotros, ha– ciendo luego una Comunión espiritual. Su caridad se extendía también a los mismos guardas del monte de El Pardo, a quienes procuraba dar algunas cosas que en la huerta abundaban y, sobre todo, semillas y plantas de semillero de todas clases. Y, sin embargo, ¡qué mal se lo pagaron después, precisamente los que él más había favorecido! Presentes estuvieron algunos de ellos cuando fué detenido, como Juego veremos, y con él convi– vieron durante el mes que esluvo en el convento; no fueron ni mucho menos los que mejor lo trataron. A esas virtudes hemos de añadir al tropio tiempo su hu– mildad, su sencillez, su carácter paciente, sufrido y callado. "MATENME... PER·o NO BLASFEMO" En el convento de El Pardo se encontraba a la sazón al 13er asaltado por los milicianos el 21 ele julio. En aquellos momentos de confusión quiso huir, saltando por las tapias de la huerta; pero, apenas había puesto los pies en tierra, fué visto por los milicianos que tenían rodeada la huerta; le conminaron a que se d'etuviese y, después de insultarle y maltratarle, le quisieron obligar a blasfemar, diciéndole que si no lo hacía le matarían allí mismo. El, por toda respues– ta, dijo: "Hagan de mí lo que quieran; mátenme, pero yo no blasfemo". Aquí comenzó su martirio y aquí también su clara y valiente confesión de fe . Conducido con los demás al pueblo de El Pardo y m;\s tarde a la Dirección de Seguridad! y asimismo con todos los religiosos puesto en libertad el 25 de julio por la mañana, se dirigió a casa del Dr. Ubeda, donde permaneció hasta el día 5 de agosto, en que se vió obligado a abandonarla vor temor a los registros. Sin saber entonces qué rumbo tomar ni a d'ónde dirigirse, abandonó Madrid y se echó a

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