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- t48- Aquí, sin embargo, no les 1daban comida alguna en especie, sino solamente seis reales por persona, y con ellos tenían que componérselas para agenciarse los víveres. Un joven del mismo Escorial, llamado Francisco Montes, que era el ordenanza de la cárcel, les proporcionaba los víveres, con– sistentes solamente en arroz y Leche, pues no se encontra– ba otra cosa; el P. Carlos, que también entendía de cocina, haciendo una vez más alarde de sus habilidades, lo condi– mentaba admirablemente. POR FIN .. . LA MUERTE Así estuvieron hasta mediaJdos de enero. El día 14 pot– la noche, a las ocho y media poco más o menos, subió el ordenanza de la cárcel a la celda del P. Carlos, diciéndole bajase a la oficina cuanto antes; así se lo habían ordenado. Esto nada tenía de extraño. pues en días anteriores habían :-ido llamados otros de los detenidos, por lo (Jue los compañe– ros de celda nada pudieron sospechar. "Vamos a Yer lo que nos quieren", dijo el P. Carlos. " Hasta luego", le contesta– ron los otros dos. Aquellas fueron las últimas palabras que se dirigjeron. No sabemos lo que sucedió en la oficina a donde fué llamado el P. Carlos; no es, sin embargo, difícil adivinarlo, teniendo en cuenta que todos le conocían como religioso y, sin duda, al llamarle a declarar y confesar una vez más lo C(ue era, decidieron deshacerse de él. Lo cierto es que al día siguiente el ordenanza de la cár– cel entregó al joven Grajal tres pesetas. diciéndole: "Esto me ha dado para ti Pablo" (tal era su nombre de pila). Y el mismo ordenanza le comunicó al propio tiempo que le ha– bían fusiJa;do aquella noche, juntamente con una religiosa. Sabemos asimismo, por testimonio de la tantas veces ci– tada guardesa, la que, aún estando el P. Carlos en la cárcel le atendía y lavaba la ropa, que fué fusilado en el sitio lla– mado Cruz Verde y que allí fué luego enterrado, donde también habían sido ya y lo fueron más tarde otros mn-

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