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- I4JT - manera!", contestó el obrero. "Pues, ¿cómo quieres-repli– có el P. Carlos-que yo diga esas cosas contra Dios, <¡ue es nuestro verdadero Padre?" Al oír estas palabras aquel blasfemo, enfurecido, comen– ~ó a gritar: "Este es fascista; hay que cogerle y darle el paseo." Queda detenido en seguida y es llevado a la cárcel .de El Escorial de Abajo, donde actuaba un tribunal. A los dos o tres días fué llamado a declarar, y al pregun– tarle quién era confesó, lisa y llanamente, que era un re– ligioso capuchino de El Pardo. Nada le hicieron, sin cm– ·bargo, sino ponerle a disposición de la Comandancia Mi– litar .del Estado Mayor, que lo consideró como espía, ha– ·ciénclole al efecto varias pregtmtas con el fin de cogerle ~n contradicción y de que justificase su estancia en El Esco– nal. El.les manifestó que se había trasladado a El Esco– rial con objeto, como ya hemos dicho, de instalar un apa– rato de radio en las piscinas. Mas ellos, no dándose por sa– tisfechos de lo que decía, lo trajeron detenido a Madrid. Era necesario dilucidar cómo se había hecho con la documenta– ción que llevaba, la que, según él, se la había proporciona– do Juan Bermúdez (nombre que ·llevaba el P. Gregario, y que sabía el P. Carlos había muerto). Hicieron un registro en la casa de Orcasitas, donde el P. Carlos estuvo en un principio, y asimismo registraron la pensión de Covarru– bias, en la que vivió el P. Gregario. Aquí encontraron el te– léfono de la familia Castañe.da, con la que estaba el Pa– dre Sixto. Y para aclarar cuanto les interesaba tendieron un lazo bien áisimülado. Era el 19 ele septiembre. El P. Sixto se encuentra en– fermo en casa de la familia Castañeda. Se hallan allí sola– mente la madre y dos hijas jóvenes. De pronto suena el te– léfono... -¿Conocen por casualidad a Juan Berm!Ulez? -No. ¿Quién es? Al otro lado del cable se oía una voz trémula, vacilan– te, que se resistía a dar su nombre. Ante la creciente insis– tencia confesó :

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