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- 6 - te calma en las proximidades del convento para salir y sal- var así nuestras vidas. . Comenzamos a prepararnos para salir debidamente arre– glados y en traje de seglar. Y cuando todavía estábamos en esta faena, para nosotros tan fastidiosa, se pres~nta en la portería un capitán de Asalto con varios números a sus ór– denes y dos guardias d'e Seguridad, diciendo furioso: "U s– tedes han disparado desde aquí: es necesario hacer un re– gistro para ver si hay armas". Manda luego, como primera medida, detener a cuantos se encuentran en la portería: fray Pantaleón de Ciguñuela, fray Sabino de Quintanilla, don Antonio Na:dal, sacerdote, y el joven Pepe Fernández, y lue– go ordeiJa se presente el Superior para llevar a cabo un nue– vo registro. Mas en estos pr~cisos momentos en que el capitán está dictando esas órdenes, llega a todo correr un miliciano que le dice: "¡Mi capitán!: los tiros no han salido de aquí: ha ~ido desde el Palace de donde se ha disparado". El capitán, sin pérdida de tiempo, deja el convento para no volver más, y con los guardias que le acompañan se dirige al Hotel Pa– Jace. Gracias a la intervención providencial de aquel milicia– no, nos salvamos todos p·or entonces; de otro modo, el capi– tán, mala persona al parecer, nos hubiera detenido y no sa– bemos la suerte que hubiéramos corrido ya desde aquel pri– mer momento de la revolución. Pero los acontecimientos se precipitan. El cuartel de lG\ Montaña, el único de Madrid que había opuesto algo de re– sistencia, se ha rendido. L0s tiros suenan más intensamente cada vez y más próximos ; el peligro se hace por momentos más inminente y amenazador; ¿cómo seguir en el convento? Por otra parte, los que estaban detenidos en la porterí<J son llevados a la Comisaría por los dos g·uardias de Seguri– dad, y aprovechando esa ocasión, el Padre P rovincial ordena a los religiosos que vayan saliendo a las casas señaladas. Momentos después comenzábamos a abandonar el convento . haciéndolo unos por la mañana y otros por la tarde.