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- 134- do por la calle del Marqués ele Riscal hacia la Castellana, hoy avenida del Generalísimo. En los primeros momentos todos creyeron iban trasla– délldos a la Dirección de Seguridad; pero cuando, llegados a lt-J Castellana, vieron que el coche tomaba rumbo hacia el Hipódromo, se persuadieron de que les llevaban a fusilar. Los ojos de todos se volvieron instintivamente hacia el Pa– dre Gregorio; con sus miradas, más expresivas y elocuen– tes que las palabras en aquellos momentos de intensa emo– ción, le pedían la absolución sacramental. Y el P. Gregorio, consciente también ele lo que iba a ocurrir dentro de no mu– chos instantes, y conscient~ por otra parte de su deber como sacerdote, "con voz muy baja, pero al mismo tiempo con gran entereza de ánimo"-nos refiere el señor Fernández Langa-, dice a los otros estas palabras: "Hagan un acto de contrición lo más fervoroso que puedan: pidan a Dios perdón por todos sus pecados, que voy a darles la absolu– ción" ... y, sin que los milicianos lo advirtiesen, trazó se– guidamente sobre ellos la señal .de la cruz y pronunció la:; palabras sacramentales ... Al llegar al alto del Hipódromo, el coche donde iban los detenidos frenó violentamente, y los milicianos, fi ngiendo bahía ocurrido algún percance que les impedía seguir ade– lante, hicieron bajar a los presos y los alinearon frente a uno ele los muchos terraplenes que por allí había, amena– zándoles al mismo tiempo que, si a lguno volvía la cabeza, le pegarían inmediatamente un tiro. En estos precisos momentos en que estaban así alinea– dos, codo con codo y de cara al terrapfen, pasaron cruzan– do los aires dos aviones en vuelo muy bajo y con velocidad vertiginosa. Su presencia desconcertó por entero a los mi– licianos, quienes, creyendo sin duela eran aviones nacionfl.– les, llenos de pánico y sin saber casi q ué determinación tomar, dispararon sus fusiles contra los indefensos presos, por la espalda y a muy corta distancia. Temiendo luego por sus vi– das, si acaso los aviones arrojaban alguna bomba, subieron

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